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miércoles, 16 de mayo de 2012

Cartas sobre el Ecuador




Correspondencia del filósofo liberal francés Alonse Darinel residente en Quito durante 1926.

Traducción de Jorge Luis Gómez Rodríguez.




Nota editorial.
Las correspondencia que desde Quito enviaba Alonse Darinel a su amigo Sebastien en París resulta ser una fiel muestra del estilo de análisis positivista con el que el liberalismo europeo e hispanoamericano se identificó desde la segunda mitad del siglo XIX, fuertemente ambientado en el discurso fisiológico que tuvo tanto eco en Europa desde Wilhelm Wund hasta Gustavo Le Bon, y que hizo del análisis médico una costumbre cuando se trataba de hablar de realidades humanas y sociales. Llegaron a ser tan crudos e incisivos estos análisis, que pronto coparon en la Hispanoamérica dé los años veinte el espacio que estuvo reservado al discurso de la identidad. Entre las obras que se identificaron con este tipo de discurso, sobresale "El pueblo enfermo" del boliviano Alcides Arguedas, quien populariza entre nosotros el discurso de la "psicología de las razas". Mucho de este discurso se manifiesta al final de la estadía en Quito de este filósofo liberal quien habiendo venido como turista a Quito alrededor de 1923, terminó dando clases particulares de francés hasta finales de 1926 . Las dos cartas que reproducimos en su integridad aquí, corresponden a un legado que conservó Margarita Koschel, profesora normalista miembro de la segunda Misión alemana que llegó a trabajar en los normales Manuela Cañizares y Juan Montalvo de Quito en el año 1922 y que permaneció en el país hasta 1925.

  







Carta Primera:
Quito 1 de Agosto de 1926

Querido Sebastien:
No me bastaría, de ninguna manera, con narrarte mi vida cotidiana en este país sin hacer de ella sólo un panegírico de sus quehaceres ordenados con la severidad de lo permanente, puesto que lo único que podríamos esperar de ella fuera un rigor tan mecánico como desacostumbrado, olvidando otro tipo de quehaceres que por lo general son poco familiares a los que están acostumbrados al trajinar diario. Son a ellos a quienes más atención presto, sobre todo cuando mediante ellos soy capaz de observarme a mí mismo, puesto que no hay mejor observador que aquel que es capaz de observarse a sí mismo en lo observado.
Como te podrás dar cuenta mi querido amigo, renuncio a narrarte aquellas familiaridades y me comprometo, por el contrario, a profundizar en el arte de la observación que es, hasta lo que yo sé, una de las artes menos utilizadas para el provecho de los hombres.
En general mi vida en Ecuador, después de estos cortos períodos en Indochina, no me parece ni novedosa ni menos distinta de lo que ya he vivido. Sin embargo, vivir en este país no me ha privado de observar con cierta perplejidad las innumerables convulsiones sociales y políticas con las que indudablemente parecen estar familiarizados sus atribulados habitantes. Según he podido apreciar, el temple de ánimo de estos convulsionados escenarios es tan especial que tanto a nivel social como a nivel individual es difícil poder considerar la idea que los protagonistas de todas estas grescas (dispute) tienen de sí mismos, toda vez que desde esa idea nos fuera posible intentar comprender, al menos del modo más general, sus inescrupulosas conductas.
Al parecer, el fuerte conservadurismo de la religión y la escasa fuerza transformadora del reciente liberalismo que los convulsiona, no ha sido capaz sino de generar en ellos una limitada opinión de sí mismos como una envidiosa aceptación de los demás. Al perder todo el horizonte de orientación, el país suele convulsionarse no por la calamitosa situación en la que se encuentra desde hace muchos años, causas que ellos mismos jamás han pensado ni pensarán a pesar de las constantes dudas de sí mismo en las que viven, sino por la serie de desatinos e irregularidades en las conductas que viven políticos, jueces, profesionales, académicos y todos aquellas personas que deben tomar decisiones en función de la totalidad del país. La gota (goutte) que llena el vaso de la tolerancia ciudadana son aparentemente los malos gobernantes, a los que suelen pensar como si fueran extranjeros, ya que suelen designarlos con tales epítetos que uno cree que buscan desembarazarse de algo que no es suyo. Recientemente me he dado cuenta que esta manera de desprenderse de sí mismos, parece alimentar aún más la constante huida de sí mismos en la que viven, huérfanos de sus verdaderos padres (el mundo indígena) como de un destino elegido por ellos mismos pero sin fe en ellos mismos (el mundo de los mestizos, como se llama aquí) , pues, como suele suceder en el caso de los pueblos y hombres libres, en quienes podemos observar su liberalidad de opiniones, tanto como libres de cometer los errores que en el pasado no les permitieron desarrollar sus propias convicciones.
Hoy se atacan inmisericordemente (no recuerdo tanta maldad en pueblo alguno), con una odiosidad sin nombre, haciendo manifiesta la enorme inseguridad en la que viven, tanto como esa falta de orientación en la que vivíamos cuando éramos adolescentes. Huelga decir que la comparación de ellos con la adolescencia no resulte muy feliz, toda vez que en ella la diversidad de factores de uno y otro lado son tan imponderables como difíciles de comprender, pues la misma adolescencia con sus características de coyuntura temporal y procedo que alcanza su meta más allá de sí misma, impide un tratamiento que no sea el de presumir aquello que le falta, tal como nos lo enseña la palabra.
En cuanto a las opiniones y conductas que suelo observar en este pueblo, llegan a ser tan conservadores y flojos en sus criterios que les molesta que otros opinen por cuenta propia, pues para ellos tener opiniones es algún signo de enajenación  (maladie), cosa que en sí misma no les permite ir más allá del pésimo gusto y convicciones en las que se desenvuelven.
Las constantes lamentaciones públicas de los gobernantes y gobernados me hace pensar en que este vicio, propio de los humildes y no de la gente con autoestima, es más digno de aquellas historias en la que los protagonistas piensan calamidades (calamites) sobre sí mismos, más por las dificultades que intentan a toda costa eludir, que por una claridad o concepto sobre sí mismos. En estos tiempos, como te cuento antes, la lamentación pública los condena a eludirse constantemente, pues eluden con ello la verdadera situación en la que viven, eludiendo de esta manera aquellas situaciones de pobreza e ignorancia con las que equivocadamente se enfrentan a diario. Pero este mal que los aqueja es aún más marcado en la gente de cultura que en el pueblo llano. Es cosa bien absurda consultar los periódicos de la ciudad para buscar informarse sobre algún suceso. En ellos los periodistas opinan, o mejor dicho, se quejan de la realidad en la que viven y suelen nadar como por encima de la realidad sin ni siquiera atreverse a plantear profundización ninguna sobre los problemas a los que se refieren, pues prefieren la queja inoportuna más que una profundización en una realidad que por lo general no entienden.
Como ves, querido amigo, este destino tan cruel parece someter como un triste hado a todas estas almas que más que vivir, parecen estar condenados eternamente a no ser dueños de sí mismos ni de su propio destino. Tan fuerte es este sentimiento de desarraigo en el que los destinos ciudadanos parecen verse sometidos, que, huelga decirlo, más ignoran las soluciones a sus propios problemas, que a saber que las metas por conseguir estarán más cerca para el que decide por propia convicción lo que el ingenuo consume y pronostica sin saberlo.
A pesar que dudo de si estas ideas puedan darme cierta experiencia y orientación con respecto a mis propias convicciones como persona, lo cierto es que tarde o temprano el observar este tipo de situaciones tan extremas como ridículas (asunto que me permite mi calidad de ciudadano extranjero en este país), me hace pensar en que más vale el  alcanzar cuanto antes metas propias conseguidas con todo el empeño de aquello que gusta y ennoblece a nuestra voluntad, así como con toda la pasión que nos espera con el regocijo del éxito, que esperar destruir todos los propósitos. y voluntades de las personas que me rodean, en tanto ¿líos no me empujen más que a ahogarme en una serie de propósitos inútiles.
Es claro para mí, ahora que lo pienso, que el caminar de error en error es propio de aquel que ignora que todos los propósitos, por vanos e ilusos que ellos fueren, hacen y regresan a un mismo sujeto y son, por así decirlo, una proyección de sus propias experiencias y convicciones. En este caso, ajenos a las experiencias del presente de la manera más extraña, sin una memoria que les evitara tomar decisiones incorrectas, solo viven cierta inmediatez tan dichosa como aquella en la que viven algunos ingenuos y cierto tipo de locos, que sin saber del pasado, viven en la más dichosa de las inmediateces sin prestar atención ninguna al saber previamente explorado que nos brinda la sabia memoria. Tan desconectados del presente y del devenir en general, me parece que esta situación los vuelve aún más vulnerables de caer en los brazos de una ilusión triste sobre sí mismos, en la que paradójicamente y sin saberlo, parecen inútilmente observarse.
No hay cosa que más me sorprenda, querido amigo, que la total falta de convicciones con la que hacen manifiesta sus decisiones sobre la realidad en la que viven, pues no hay mirada más penetrante que la de aquel que ve por sus propios ojos, no así del que mira con el mirar de esos que no ven más que su falta de ver. En esta extrañeza, sus reclamos ciudadanos parecen ser afecciones pasajeras con respecto a los problemas que verdaderamente los aquejan. Todo parece explicarse, como te decía anteriormente, por esa enfermedad (maladie) de la inmediatez en la que viven, pues en ella no puede darse verdad ninguna pues el sujeto que vive en ella vive descentrado de sí mismo, olvidándose de sí mismo en esa eterna sensualidad que lo acoge y lo aparta de la coherencia de la acción. En general ellos viven sin apartarse de la realidad, sin alejarse pues al parecer carecen de la capacidad de representársela tal como ella es, debido a que ella misma no se escapa a su pura sensualidad, es decir, a algo que siendo universal escape a las determinaciones más inmediatas de lo dado. Por fuerte que sea una experiencia y un error, la vuelven a repetir en otra ocasión sin rencor ninguno contra sí mismos, pues abandonados de toda memoria y de toda previsión para vivir suelen repetir sus errores sin obedecerse a sí mismos.
Aquí todo vive de un abandono fundamental, pues como aquellos sitios en los que sus dueños parecen más presentes por la ausencia que por presencia real, paradójicamente son estos sentimientos de constante pérdida una de las características más desoladoras en las que se inscriben los actos en los que este pueblo busca reivindicar derechos legítimos. Tan cercana es esta circunstancia a las características más generales de la adolescencia, que veo a diario, ex-presado en los periódicos y en la realidad cotidiana, que bien por el recuerdo de una etapa difícil de nuestra existencia, como por el beneficio de pensar en la vida humana en general, bastante provecho sacaríamos en el profundizar en este mal que parece caracterizar toda la falta de compromiso de este pueblo consigo mismo.
Cuantas veces que me he preguntado por qué esta etapa de la vida, tan menesterosa como necesaria, plena de diversidades y rica en contenidos, no nos brinda con la misma generosidad, una sensatez tal que nos permitiera, con la misma briosidad que esto se manifiesta cuando eres un adulto-adolescente (como creo serlo), disfrutarla con la profundidad y equilibrio con la que disfrutaremos las etapas en las que más tarde llegamos a crear nuestras más caras convicciones. Sabia es la vida, mi querido amigo, pues alargando los períodos de búsqueda, nos prepara desde la insensatez y el error, hacia los deseados equilibrios como si en esta sabia disposición, el hombre precediera al niño, tanto como el error a una verdad probada por muchas experiencias.
Pero lamentablemente me parece que la adolescencia de este pueblo es más prolongada que lo normal, pues sin saber de sí mismo y enclaustrado en lo inmediato, se dirige a ocuparse de sus propios problemas con una sensatez que no tiene ni conoce, con una seriedad que no le queda, pues no hay grado más insolente de la vida que cuando el adolescente pretende, como cierto tipo de ignorantes presumidos, aquello que solo al hombre adulto le fue dado como premio a su eterno mejoramiento. ¿Por qué la menesterosidad de algunos es tan odiosa para otros? ¿Por qué la anhelada meta del equilibrio se la puede suplantar con una ignorancia presumida?
Quien observe estas calamidades dispondrá de poco tiempo para intentar ubicarse en este mar de insensateces, pues no hay mejor propósito que aquel que observa en los otros las limitaciones que a él mismo le aquejan.
Como ves, no sólo esta observación me hace ver lo vulnerables que son los juicios de quienes intentan en una afirmación sobre otra persona desprenderse con ello de una limitación propia, pues no hay mejor prueba de nuestras afirmaciones que el dudar de ellas cuantas veces sea posible, pues si bien ellas parecen prolongar nuestras más caras convicciones, no por este motivo pueden mantenerse incólumes (inébralable) frente a la sospecha que nace de nuestra propia experiencia.
A pesar de los titubeos con que comencé a sospechar de mis juicios, más tarde comprendí que la insensatez de este pueblo me hacía dudar hasta de mis propias convicciones, pues siendo adolescente tampoco pude saber de mis limitados intentos de ser dueño de mis propios actos. Tal vez más tarde, cuando alguna vez me puse a recapacitar sobre mí mismo, pasados ya aquellos días en los que todo lo que me rodeaba parecía desprenderse sin temor ninguno del centro de alguno de mis pasajeros sentimientos, percibí con cierta agudeza que la propiedad del equilibrio del espíritu estaba esperándome más allá de aquellos sentimientos, tan efímeros como circunstanciales, en los que mi anterior vida gustaba observarse.
Lamentable es, por decir lo menos, que estas menesterosidades de la adolescencia sean tan necesarias para quien pretende, sea por voluntad personal o por la queja de algún desequilibrio, que vistas ellas en un pasado ya ajeno y nebuloso en el tiempo, no tenga ningún provecho el recuerdo de tan inescrupulosas situaciones. Como bien digo, la experiencia de estos desatinos tiene que cumplir un propósito escondido que inevitablemente se ha de manifestar en el futuro, pues para quien vive sin saber cómo lo hace, habrá un día en que la llave de la comprensión le permitirá escapársele a lo inmediato, pues para el que sabe de sí todo aquello que parece alejarse de su propio contento, le termina por resultar ajeno y más bien como un signo de sus más profundos errores.
Me despido calurosamente.
PD: ¿Cuándo me enviarás el libro que te pedí?      Alonse.
Carta segunda

Quito 28 de agosto de 1926
 Querido Sebastien:
A veces suele crisparse el entendimiento cuando luego de inescrupulosas observaciones, atribuimos a tal o cual suceso un orden que nos parece en un comienzo tan racional y lógico con la misma rapidez con que más tarde lo abandonamos como demasiado particular e incluso antojadizo. Con ello me refiero a cierto tipo de regularidades a las que no siempre somos capaces de atender, sea por despreocupación cotidiana o por el simple hecho de no prestar atención más que a lo que es de nuestro interés más personal; lo cierto es que no les prestamos la debida atención, pues el entendimiento más quiere reducir todo los fenómenos a sus únicos puntos de vista que a aquellos sucesos que siendo regulares o manifestando un orden que puede ser observado por nosotros, suelen manifestar en el fondo la verdadera naturaleza de las cosas.
En este juego que podríamos llamar la eterna animadversión de la razón, solemos atribuir a las cosas cierto tipo de regularidades que luego desechamos como productos de nuestra imaginación.
Recuerdo que año tras año solía notar entre marzo y abril una suerte de decaimiento general del ánimo de mis alumnos quiteños, los que por cierto muy entusiastas para los estudios y las cosas graves no son, cosa que me hizo pensar en una suerte de causa de esta regularidad que no residía en el propio ánimo de mis estudiantes. Con estos propósitos me puse a investigar entre mis propias alforjas, pues, como tú conoces, provisto de mis anotaciones que a diario consigno producto de mis observaciones, pude constatar que el carácter cíclico de estos estados de ánimo estaban directamente ligados al clima frío y melancólico del invierno serrano el que entre marzo y abril es capaz de despertar todo tipo de infortunios en el alma de los atribulados habitantes de esta ciudad.
La crudeza del páramo en invierno con sus ciclos de fríos y lluvias, le daban al ambiente una teatralidad tan tremendamente lúgubre que a veces llegué a pensar que la única manera de traspasar los límites de la melancolía, no era sino con una huida a regiones con más luz y calor solar. A pesar de esta solución, la que es muy común entre los ricos de la ciudad, los ciclos de la melancolía causan estragos entre la población que entre suspiros y quejas, tal como ciertas construcciones antiguas que suelen elevar quejidos en las noches más frías, ella busca desembarazarse de cierto ánimo derrotista que constantemente amenaza con volverse una disposición cotidiana y muy extendida ( paradójicamente tremendamente desconocida ) de la psicología popular. Yo no he escuchado más quejas ni más pesimismo que en estas fechas en Quito !
Lo que si no me cabe la menor duda, es que este estado de ánimo siempre intenta, año tras año, alojarse en el ánimo de los ciudadanos pues con el poco empeño que hacen por desprenderse de el, parece que más fuerza ponen en aclimatarse a el que a intentar apartarlo como si lo hiciéramos del mismo mal. Tan vacías de sí mismas están las almas, tan ingenua y débil la voluntad, tan manifiestamente el ánimo de cierta infancia que busca el recodo del cariño evitando conscientemente el saber que ya son adultos y que se necesita esfuerzo para seguir viviendo, que costaría muy poco embaucarlos a todos y llevarlos sin que lo presientan siquiera al más profundo de los abismos.
Atacados de una peste incomprensible, el estado de ánimo con el que la ciudad se suelen identificar en estas fechas, me ofrecía la posibilidad de observarlos prácticamente en su estado de invernación, pues había que ver en el decaimiento generalizado en el que viven, al unísono de una epidemia de resfríos y todo tipo de calamidades respiratorias, todos productos inevitables del invierno serrano cumpliendo año tras año su ciclo de profundas y arraigadas melancolías. Atacados de esta singular postración del alma, al comienzo y sin darme cuenta pensé en un estado de ánimo constante durante todo el año, cosa que es bastante difícil de afirmar, hasta que más tarde producto de otras confrontaciones, comencé a darme cuenta de las regularidades de este ánimo en el que vivía y al que me tocaba inevitablemente aclimatarme.
Ciertamente que fue más bien otro suceso el que me provocó pensar más profundamente en este asunto. Como tú sabes de éstas mis viejas aficiones de observar las profundidades, sucede que al intentar consignar todo lo que me sucede a diario, soy capaz de observar ciertas regularidades que para el común de los mortales pasa completamente desapercibida. Pues bien, en esta vieja y quejumbrosa casa en la que vivo hace más de dos años suelen manifestarse con pasmosa frecuencia cierto tipo de sucesos con marcados aires fantasmales. Aunque no lo creas, mis poco amigables vecinos, también han observado estos fenómenos. Pues bien, aunque no te sorprenda, también fui capaz de observar la regularidad de las apariciones fantasmales en esta antigua y quejumbrosa, aunque no menos bella, habitación que me cobija. Para mí sorpresa los fantasmas de esta casa suelen manifestarse en las mismas fechas en que año tras año la sierra se despierta al ciclo de sus más profundas lamentaciones!!
¿Puede ser posible que también las almas de los difuntos de esta ciudad despierten a sus destinos fantasmales, atrapados entre la pasión material y el deseo insatisfecho, justo en aquellas temporadas donde todos y cada uno de los viejos maderos de la casa suelen corear sus infortunios, temporadas donde cada alma de los vivos (y de los muertos) se quejan sin igual?
Como suelen decir en el bajo Egipto, también aquí parece funcionar el viejo cuento que canta la dicha de los muertos que despiertan de su sueño infinito con las primeras gotas de lluvia del invierno.
Como ves, mi querido amigo, a mi alma no le faltan perplejidades con las cuales medir esa ansiedad tan dichosa que consuma el ánimo de resolverlas, pues más parece que gozamos de la búsqueda erótica por sí sola (o de su ánimo de probar sus aparentes ilimitados poderes) que gozar del encuentro con el verdadero contenido solicitado, pues en verdad el misterio vale por el placer del ocultamiento y de la irresolución que contiene, que por la no menos gozosa apertura de los velos de sus pudores inconquistables.
Ya bastante tenía con mis averiguaciones, las que me habían permitido adentrarme un poco más en aquellos ciclos de lamentaciones en los que vivía esta comunidad mucho más interesada en el descrédito de su propia alma, que en una sabia comprensión de sus más profundos rituales. Ya sabrás, por mis anteriores comunicaciones, de las características de esta alma colectiva tan propensa a los ciclos de turbaciones melancólicas, como cercana a las compasiones más inauditas, a los arrebatos amorosos más rastreros y faltos de carácter, a los súbitos enojos sin substancia.
Varias veces me vi tentado a explicarme todos estos devaneos sobre su alma al modo de Spengler o de Le Bon, análisis tan de moda hoy entre liberales y positivistas europeos e hispanoamericanos, pero bien como suelen reconocer los hombres cultos y de carácter, no son las modas de nuestro tiempo la guía de nuestros pensamientos y conductas, sobre todo cuando esta especialidad de la historiografía y filosofía de la historia, mal llamada "psicología de las razas", ha llegado a los extremos que la descalifica completamente.
Como el propósito central que me dirige a comunicarte mis observaciones es el lograr que ellas me induzcan al conocimiento de mí mismo, debo decirte que la falta de carácter y de resolución individual y social como una de las características más notable de la idiosincrasia nacional, me hizo pensar en lo necesario que es para la vida humana el alcanzar lo más rápido posible una guía certera y confiable en el conocimiento de las cosas. Visto desde las carencias y menesterosidades de una vida aún falta de lo esencial, resulta digno de análisis el hecho que cuando uno vive mucho tiempo en un horizonte humilde y sin carácter tiende a ser consumido por estas carencias, pues de la única manera que podemos no ser arrastrados por estas inestabilidades es sabiéndolas observar en su verdadero rango, de tal modo que si no alcanzamos a considerar este asunto con cierto rigor, más valdría en reconocer en nosotros mismos aquellas menesterosidades que intentamos consignar a los demás.
La idiosincrasia nacional es débil a tal punto que es contraria a todo tipo de creatividad y responsabilidad sea en las opiniones, gustos, pensamientos etc. pues al no ser capaz de observar sus limitaciones vive de la envidia a los demás, del sarcasmo y la fanfarronería y tiene como virtud y entretenimiento más consagrado el reírse de los otros, cuando ellos no pueden defenderse de las acusaciones que se le hacen. Lo más sorprendente de todo esto es cómo la falta de carácter de esta sociedad, vuelve tan falto de confianza al alma consigo misma, debido a que fundándose en un descrédito de sus propias conductas, no puede tener confianza en aquello que ella misma no ha forjado. No es extraño, entonces, que se vuelva cotidiana la utilización de estrategias y conductas ilegales frente a los valores que los vigilan, generándose un tipo de hombre cínico que por una parte predica los valores autorizados que el mismo desautoriza y por otra, practica todas las formas de la ilegalidad, de la corrupción, de la injusticia y del robo. Este tipo de hombre, que desafortunadamente es la mayoría, es el primero en pontificar el orden y la decencia, olvidando que ellos mismos son tanto más inservibles a la nación como los propios delincuentes. Como ves, la falta de carácter que se manifiesta en esta mayoría, sería superable si verdaderamente fueran capaces de obedecerse a sí mismos, como sería el caso del hombre de carácter. Desgraciadamente las raíces del carácter no han arraigado sus orgullosas manos en estas tierras. Por el contrario, la causa de esta ausencia no parece explicarse por las características de los individuos sino por la idiosincrasia de la sociedad y sus características más generales. Al existir una marcadísima diferencia entre ricos y pobres, la sociedad padece todo tipo de injusticias producto de este mal. No es extraño, entonces, que sea uno de los elementos que empuja a la vida social el afán de enriquecimiento sin escrúpulos, lo que lamentablemente se hace manifiesto en todas las jerarquías sociales.
Como ves, mi querido amigo, son elementos centrales de la idiosincrasia nacional, tanto el practicar lo que no se predica como la utilización de los demás en provecho propio, asunto que, en general, me atrevería a llamarlo "cinismo social".
De alguna manera el cinismo o la mascarada social al ser el sustento de la idiosincrasia nacional, impregna a ésta de sus poderes con tanta efectividad como es capaz la familia tradicional de inculcar valores a los hijos. Lo sorprendente de todo esto es que también las diarias conductas cotidianas de socialización y el lenguaje parecen impregnarse del mismo mal, a pesar de que los ciudadanos de las clases altas hacen muchísimos esfuerzos por desprenderse de esos males. Viviendo en este país uno aprende a convivir con el cinismo de la indiferencia, pues él mismo se vuelve tan familiar y cotidiano como la figura de los volcanes y las nubes.
 No recuerdo haber mentido con tal falta de escrúpulos, ni haberme negado en ningún lugar del mundo a dar limosnas con tan fuerte egoísmo, pues debido a que las marcadas diferencias sociales te empujan a la indiferencia, del mismo modo tiendes a ver a los demás con el mismo "indiferentismo" (sic veniat verbo!). Poco a poco pierden el sentido en ti mismo los actos de solidaridad con los demás, actos que en mi propio país me hicieron alguna vez pensar en la necesidad de cierta confianza en sí misma que deben dirigir a las sociedades corno a los individuos, la misma que sólo se alcanza con el esfuerzo y la abnegación, ya que sin ella la sociedad pierde el verdadero sentido de su existencia.
Pero no solo la solidaridad se va extinguiendo paulatinamente. También perdemos la fe en la sociedad, pues marcados por la falta de esfuerzo personal, nos confunde pensar en éxitos y        triunfos sociales a sabiendas de la indiferentia socialis enraizada que nos impulsa a conductas descentralizadoras.  Perdida la confianza en la sociedad, difícil es que nos encontremos otro      sustento de una vida en comunidad que no sea un marcado individualismo egoísta tan simple y flojo como marcadamente infantil.
Si eres fuerte y domina en ti el amor propio y la pasión por lo que haces, puede que el cinismo social te beneficie, pues el cotidiano encerrarse del hombre con mucha vida interior no le permitirá sentirse afectado de las enfermedades sociales, pues, por el contrario, al enfrentarse a una idiosincrasia tan falta de carácter, sólo será capaz de generar una individualidad egoísta menesterosa de lo fundamental. Al faltarle el carácter, la vida individual solo alcanza a refugiarse en sí misma principalmente como huida de los demás, no como negación total de los otros, soportando el imperio de una egoidad tan falta de crueldad y coraje, tan poco testaruda y necia que termina por desacreditarse a sí misma.
Como puedes observar, querido amigo, tanto la sociedad cuanto los individuos no son parte integrante del mismo sistema social, pues el uno al odiarse a sí mismo por la falta de confianza termina en el cinismo y el otro al no encontrar refugio en los demás, suele encerrarse en sí mismo no para crear definitivamente su propia idiosincrasia, como sería necesario, sino para quejarse del duro destino que les tocó asumir en una sociedad que les es completamente indiferente.
Cuán difícil es encontrar sinceridad en estas regiones, cuán difícil es observar individuos virtuosos, es decir, victoriosos de sus propias debilidades. Aquí solo observas quejarse a la gente y entre ellos, lo que más me sorprende, es la juventud la más afectada por esta sustancial falta de coraje para vivir. Mientras se llegue a observar la confianza de la sociedad consigo misma, tanto como la confianza de los individuos consigo mismos, observamos todo lo contrario a la descentralización social e individual, sea como abulia o cinismo. En contextos sociales donde abunda la indifferentia vitae, los individuos tienden a desarrollar diversas formas del egoísmo infantil, no solo en la forma más desvitalizadora del cinismo consigo mismo, sino en todas sus formas y variaciones más características, sea como cinismo en las relaciones humanas, cinismo de las opiniones, cinismo del carácter, cinismo de la educación y la cultura, cinismo en las identidades sociales, etc.
Considera por un momento, querido amigo, que la insensatez y la falta de mesura en nuestros actos y juicios es tan habitual como el error que se manifiesta con mayor regularidad cuando lanzados sin deliberación en vistas de conseguir alguna meta, intentamos a ojos cerrados alcanzar por el azar acertar en la consecución de un fin en la que no está puesta la convicción propia ni el juicio al que debemos someter todos nuestros actos.
Sin deliberación nos dejamos caer en el azar haciendo depender nuestra voluntad de todo tipo de causas y azares como podamos descubrir con la ayuda de nuestra imaginación. Al ponernos más allá de nosotros mismos, cuando juzgamos sobre algo debemos poner en juego toda nuestra capacidad de conocer lo real, pues de esta capacidad dependerá nuestra voluntad de elegir la opinión correcta.
En la vida, querido Sebastien, no siempre estamos capacitados para alcanzar una meta con éxito. Entre los actos que podemos llevar a cabo inmediatamente son más probables aquellos que efectuamos sin nuestra deliberación y consentimiento, en los cuales no ponemos en riesgo nuestra capacidad de interactuar correctamente con el medio, prescindiendo de la memoria y de cuanto dato que nos haya arrojado el uso de nuestra capacidad de conocer.
Al no integrar toda la capacidad cognoscitiva en los propósitos que nos conciernen como propios, la idiosincrasia nacional carece de una forma de saber si sus propias empresas tienen o no algún grado de eficacia. Caminando a ciegas y sin obtener de sí la confianza en los actos que la memoria retiene como prueba de una consecuencia con experiencias anteriores, más parecen entregados a una acción sin conciencia o a un acto involuntario, que a una deliberación en la que se comprometa todo el caudal de acciones realizadas a lo largo del tiempo.
Siempre esperamos que la vida enseñe al adolescente suponiendo que la pura cantidad de experiencias acumuladas en el tiempo, pudieran con su sola presencia capacitarlo para deliberar sobre sus acciones y alcanzar el éxito. Pero no nos damos cuenta que además de las experiencias acumuladas, hay también un tipo de experiencias cualitativamente superiores a las demás, que no se manifiestan tanto en la repetición indiscriminada de los mismos actos, cuanto en una suerte de disposición ordenadora de los mismos, pues la razón es capaz de ordenar experiencias mediante objetivos, estableciendo una suerte de norma clasificatoria para cada horizonte.
Como ves, querido Sebastien, este estado de carencia en el que parece encontrarse esta atribulada alma colectiva, según mis observaciones no obedece a la ausencia de experiencias de consagración en las que ella misma vea reflejado el producto de su propio esfuerzo. Más bien las necesidades de esta alma es propia de aquellos momentos de la vida en que reina una suerte de parálisis de la voluntad producto de la falta de confianza en la capacidad deliberativa de la razón.
Sabrá el buen Dios, mi querido amigo, cómo llegará a conducirse en el futuro esta alma, que cuanto más vive y experimenta la vida en sus diversos matices y situaciones, tanto más espera de la pura repetición mecánica de actos semejantes una cierta maestría de sí misma, sin embargo, día a día y año tras año no logra conquistar aquello que le permitiría dejar atrás un mero hecho acumulativo y alcanzar, finalmente, la confianza en sí misma que hoy carece.

martes, 20 de marzo de 2012

Nietzsche y la esencia del arte.


SOBRE LA ESENCIA DEL ARTE
CARTA DE NIETZSCHE  A RUDOLF BUDDENSIEG EN LEIPZIG
FECHADA EN NAUMBURG EL 12 DE JULIOI DE 1864.
FRIEDRICH  NIETZSCHE SAMTLICHE BRIEFE
KRITISCHE  STUDIENAUSGABE. BAND I. Pag 293
TRADUCCIÓN DE JORGE LUIS GÓMEZ R.

En lo concerniente a vuestros pensamientos sobre los efectos de la música y de la observación que Ud hace sobre cómo todo hombre musicalmente más o menos organizado lo comprende, creo que la excitación nerviosa (nervenerregung) no es solo el efecto de la música sino de todas las artes más significativas. Recuerde Ud. las análogas impresiones con las tragedias de Shakespeare donde de improviso y en una palabra o en una trasparente y fuerte escena o en una contraposición de sentimientos, se despierta también lo que en diversas obras musicales producen una misma impresión, un mismo cosquilleo nervioso( Nervenkitzel). Piense Ud. en que esto es solo una efecto físico que es precedido por una intuición espiritual ( eine geistige Intuition) que se produce como algo extraño y de modo sublime como un presentimiento, como una súbita maravilla. No piense Ud que el fundamento de esta intuición subyace en el sentimiento o en la sensibilidad. No, por el contrario, subyace en la más alta y delicada parte del espíritu que conoce. ¿No está Ud preparado para descubrir este amplio e insospechado recinto del que Ud no encuentra ni huellas y que es un reino del más allá velado para el hombre cotidiano?
Con esta intuición espiritual se puede aproximar el oyente al compositor cuando pueda hacerlo. Sobre este efecto no puede haber nada más allá en el arte; ella es una fuerza creadora (schopferische Kraft). Encuentre Ud la expresión mal elegida con la que yo mismo hace dos años escribí a mis amigos muchas páginas sobre este asunto y llamé al efecto un – efecto demoníaco--. Mientras haya sospechas de mundos sublimes, también ellos permanecerán ocultos.
No obstante, la materia es amplia y si Ud. me lo permite, yo le escribiera un par de palabras más aunque poco signifiquen pues aquí hay un misterio oculto; Pregúntese Ud ¿si el compositor siempre o rara vez siente este sentimiento con la creación? ¿Si esta impresión llega a motivarse solo con la buena música o si con la organización correspondiente de los hombres solo elige a aquellos que un espíritu superior conforma a esta música y a esta impresión? ¿Si se puede en general sacar una conclusión de acuerdo a la perfección objetiva de una obra musical a partir de esta impresión? Si se puede hacer una obra musical admirable a partir de esta impresión? Es evidente que los enigmas son muchos.

viernes, 2 de marzo de 2012

¿Por qué Wikileaks ya no nos sorprende?


La red internacional de comunicaciones ha dado mucho de que hablar desde su instalación y puesta en vigencia. Se dice que es la tecnología que permite unir a la humanidad, que acorta las distancias etc. Al inicio de su puesta en vigencia, a mediados de los noventa, se hablaba de la Era de la Información como de la Era del conocimiento. Todos los bombos y platillos silenciaron cuando nos dimos cuenta que era un modo de control social e individual como nunca había existido antes. Pero los males del Internet no cesaron de mostrar aquello que nunca habíamos visto antes pero que indudablemente presentíamos. el uso y abuso de personas, la extorsión y el robo, la pornografía infantil, el lavado de dinero y un largo etcétera. Con los escándalos de Wikileaks unido ahora a la red de hackers Anonymus, no solo hemos podido observar el modo poco ético y aberrante de la política exterior de los EEUU, la utilización de todo tipo de argumentos con tal de desprestigiar a gobiernos e instituciones, una política de extorsión tipo  gángsters o mafia de la que nadie dijo nada. Cabría preguntarse el por qué nadie se escandalizó mayormente, salvo aquellos gobiernos que se sintieron agredidos. Con la nueva revelación de Wikileaks sobre la ONG Stratfor, llamada la ¨CIA clandestina¨; un centro de enseñanza y análisis estratégico, la nueva revelación, como repetimos, se permite mostrarnos las técnicas de inteligencia para robar información y  blanquear dinero. ¿Necesitábamos estos testimonios de la corrupción generalizada de las corporaciones más grandes y poderosas del mundo? Con estos archivos de inteligencia global, ciertamente que logramos tener las pruebas de algo que en verdad o ya sabíamos o ya presentíamos. La información siempre fue un valor y fue un medio necesario para alcanzar el poder. Las revelaciones de Wikileaks no nos sorprenden. La corrupción generalizada ya no es noticia ninguna. Estamos tan acostumbrados a la corrupción que el tema nos aburre. Lo que nos debería sorprender es la facilidad con que el tema nos aburre. ¿Vivimos en una cloaca tan grande que ya la mierda no apesta?. Pero cabe la posibilidad que el Sr. Assange sea un funcionario del propio sistema que desclasifica información reservada a través de él. El sabe a quien acusar y cómo acusar. En este caso y solo en este caso no podríamos ser sorprendidos por el poder. Wikileaks es un órgano del sistema Matrix que nos hace creer que el sistema se pudre, pero que la pudrición tiene un orden preciso y sabe a quien acusar. Con eso, ¿evitamos la sorpresa o evitamos el no sorprendernos de la corrupción? Recuerdo en el último Batman EL CABALLERO DE LA NOCHE cuando el Jocker le decía  a Batman si creía que el bien y el mal todavía existían en ciudad Gótica. En cierto sentido el Jocker le dice a Batman que los dos combaten lo mismo. En esa paradoja de si estar en el lado correcto o no estar, parece resolverse la cuestión de por qué aceptamos sin gran preocupación la corrupción generalizada en la que vivimos.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Europa y el mito del fin del mundo.

Al parecer el viejo grito en el barco que se hunde cobra cada día más importancia en la zona euro, sobre todo,como zona de desastre, de hundimiento, de devastación. Las razones son las mismas de siempre, claro que, esta vez, en el extremo, se muestran con todo desparpajo, sin máscaras. Será esto lo mejor de este hundimiento? Los banqueros y su ley de cobrar a los deudores a como de lugar y los gobiernos al amparo de la banca y de los interéses de la banca. Los reyes de la usura son dueños de Europa y los gobiernos de turno son los ventrílocuos del dinero y de la sacro santa acumulación. Nada más misterioso que eso que se llama representación política. Hoy los partidos políticos no representan ni ideologías, ni visiones de ningún tipo, ni patrias, ni personas, ni regiones. Solo representan a los banqueros. Suena apocalíptico. Pero es verdad. Europa nos muestra hoy el escenario en el que se consume una racionalidad que no se cansa de ocultar el ocaso del que vive, no se cansa de ocultar que el sistema vive de la usura, de la inmoralidad, que la racionalidad esconde en sus ropas interiores la total y más extrema irracionalidad. El mito del fin del mundo cobra sentido aqui por primera vez, más allá de la mitología maya. Decir que occidente muere bien muerto es casi irracional todavía. Resulta tremendamente irónico decirlo. La propia racionalidad occidental con su ciencia y con su moral se preocupa en esconder el sin sentido. El grito del barco que se hunde todos lo sienten pero nadie lo quiere escuchar. Los deudores sienten la culpa que Wall Street y los dueños del Euro les dirigen a diario, volviéndolos culposos de algo que los trasciende, de algo que no es suyo y que es suyo al mismo tiempo. Nadie sabe para quien trabaja, nadie tiene nombre pero todos se acusan mutuamente con nombres y apellidos. Las reuniones del Banco Central de Europa parecen las reuniones de Alí Baba y los cuarenta banqueros. Todos se acusan mutuamente y todos trabajan para los interéses de los bancos. No hay gobiernos, ni patrias, ni orgullos individuales. No hay seres humanos.Que a nadie se le ocurra hablar de dignidad. Qué es eso? Solo hay dinero que reclama más dinero, es decir, solo hay prostitución y falta de dignidad. El mito del fin del mundo no era Maya. Era Europeo. Al parecer, los Mayas quisieron burlarse de los conquistadores, pronosticando su aterrador--- sálvese quien pueda!!---- .

martes, 31 de enero de 2012

Moral de los señores

¨Nada más erróneo que arrepentirse de cosas ya pasadas: tómeselas como son. Apréndase algo de ellas, pero sigamos viviendo tranquilamente, observémos como un fenómeno cuyos rasgos característicos constituyen una totalidad. Ser indulgentes con los otros, como máximo, compadecerles, no enfadarse nunca por causa suya, no entusiasmarse con nadie, todos ellos están ahí sólo pra servir a nuestros fines. Aquel que mejor sabe dominar, será siempre quien mejor conozca a los hombres. Todo acto necesario es legítimo: es necesario cuando es útil. Inmoral es aquello que ocasiona daños y sufrimientos innecesarios a los demás.También nosotros dependemos mucho de la opinión pública en cuanto que somos presa del arrepentimiento y desesperamos de nosotros mismos. Si consideramos necesario realizar una acción inmoral, en ese caso, ésta es moral para nosotros. Toda acción puede ser solo una consecuencia de nuestro instinto sin la razón...¨

Resumen que hace Federico Nietzsche de las ideas de W.Emerson en 1862.