por
Jorge Luis Gómez Rodríguez
Profesor de filosofía de la USFQ. jgomez@usfq.edu.ec
Abstract: Según la definición de Platón, el arte es Enthusiamós. El texto expone tres ejemplos de conciencia traumatizada y la función que cumple en la creación artística.
Palabras claves: Creación artística y conciencia o memoria traumática.
Las veleidades de la
conciencia traumática también parecen manifestarse en el viejo y mal
comprendido concepto del Enthusiamós, que
nos enseñó Platón sobre el arte y la creación artística. Si bien la locura y
los desordenes de la conciencia apuntaron originalmente en esta definición a
los poderes divinos, como excusándose de los verdaderos desaguisados mentales a
los que se refería, la creación artística y la memoria traumática, también
representan a los principios creativos que Platón nos legó en su obra y en su
idea sobre el arte.
En cierto sentido, la
posesión divina no dice o no significa directamente al dios y sus poderes, sino,
por el contrario, a los desordenes mentales que éste provoca en los
entusiasmados. Y hoy podríamos profundizar sobre aquellos desordenes que, en
sentido estricto, son más artísticos y donde hay más creatividad que en ningún
otro lugar. Pero hablar de desordenes suena a disculpa, pues en la creatividad
que queremos o que intentaremos desentrañar, hay un tormento que se quiere
superar, y precisamente en esa voluntad no solo está presente la pulsión creativa
como tal, sino el carácter de inacabada o de insatisfactoria en la que se
asienta casi como una obsesión.
La función del trauma en la
memoria genera una inventiva artística en un amplio sentido. El paciente
traumatizado, en cierta medida, crea con el fin de olvidar la herida, a pesar
que es ella la fuente misma de la creatividad. Como memoria sana, el pasado
permanece sin cambios. En la memoria traumática hay un necesario cambio o
arreglo para evitar reflotar una herida que debe permanecer oculta en la
profundidad y que, por ningún motivo, debe salir a la superficie. Son los
paliativos a la vulnerabilidad neuroemocional. Y esos paliativos los comprende
Boris Cyrulnik, neuropsiquiatra francés ( ¨Sauve-toi,
la vie t`apelle¨.Odile Jacob,2012) mediante la idea de la résilience ( o resistencia).
Es la readaptación resiliente de sus propias
representaciones una suerte de terapia natural donde se permiten evitar el
dolor arreglando escenas para crear otras con las que tapan o encubren el
original. Todo trauma modifica el funcionamiento cerebral y hace de
instrumentos neutrales, como la escritura de sí mismo, un factor de protección.
Todo paciente traumatizado abunda en imágenes pero tiene una mala memoria
verbal. Los que aprenden a comunicar resultan menos traumatizados que los que no lo hacen.
Y en el caso de aquellos
niños que han sufrido una agresión traumática, tienen sueños recurrentes que
están encerrados o aprisionados, que viven en un acuario o en una caja en la
que no se pueden mover. Este sueño que representa la separación de los demás o
la incomprensión de los demás, tiende a desaparecer mediante la escritura, pero
no mediante las imágenes. Pero la escritura como terapia, si bien es resiliente, no logra sino un placer
momentáneo de lejanía del trauma, pues si bien desocupa a la memoria de
imágenes obsesivas desplazándolas en el valor social del lenguaje o en su poder
comunicativo, aparentemente desplaza el trauma en un valor simbólico como
experiencia universal o sufrimiento de todos.
Como vemos, la escritura de
sí tiene un valor de resistencia traumática y por eso de terapia. El artista
resiste su propio dolor cuando crea una nueva novela, poema, o teatro. La
creación artística hace del desorden emocional, lo mismo o algo semejante a las
neuronas que niegan un recuerdo al sujeto traumatizado, para evitarle el dolor
y el tormento. El arte es una liberación pero lo es sólo en la medida en que al
ser una terapia satisface momentáneamente a su creador. Y es esta
insatisfacción la verdadera garantía de una creación obsesiva.
También los representantes
de minorías excluidas son creadores atormentados que representan en su voluntad
de rehabilitación, en su meta de rendir un homenaje a los humillados y en el
propósito de rehabilitar lo que vive en la ignominia y la abyección, un
espíritu traumatizado que hace de su creación una terapia de rehabilitación
precisamente porque en la vida cotidiana son presos de la exclusión y la
segregación social. Tanto homosexuales y lesbianas hacen de esta voluntad de
rehabilitación (Cfr.Eribon,Didier Una moral de lo minoritario.Variaciones sobre
un tema de Jean Genet. Anagrama.2004) de lo excluido, lo que es común a
Foucault y Jean Genet, una terapia de rehabilitación de sí mismos, donde la
palabra de los excluidos llega a rehabilitarse con ellos y esa palabra es la
expresión terapéutica de una liberación.
Pero además de querer disociarse de lo que no se es, la voluntad de
rehabilitación expresa simbólicamente un modo de liberarse ellos mismos. En
este sentido, el tema de las exclusiones como escritura expresa lo que no se
quiere ser y manifiesta el ritual emocional de profundizar en la exclusión para
liberarse de ella.
Y existe otro tipo de
creador traumatizado que hace del arte creativo un modo de superar su propia
minusvalía. Es el caso de los autores que luchan por alcanzar la gloria
personal, llevados por la necesidad compulsiva de superar el trauma de una
temprana orfandad. En estos casos, la creación compulsiva los lleva a tomar las
ideas de otros como propias, no como plagio consciente, sino como trasferencia
de personalidad. Es el caso de Baudelaire y Nietzsche. En ambos creadores hay
el trasfondo de otra personalidad como de otro autor que creen ser ellos
mismos. Baudelaire cree ser Poe y Nietzsche cree ser Emerson. Pero no bastaría,
en este caso, decir que en estos
creadores hay una creencia que los lleva a la suplantación de la personalidad
de otro. Más bien, con la generación de los personajes conceptuales, con
Zaratustra en el caso de Nietzsche y con el artista M.G en el caso de
Baudelaire, ellos expresan el juego originario, presente en el mito de Narciso,
de la imagen en el espejo y del regreso de esa imagen al sujeto del que han
nacido. Es decir, en el otro ellos no ven a otro, sino se ven a sí mismos. Esta
enajenación en otro intenta sustituir simbólicamente al padre o a la imagen del
padre, pues el otro es siempre un genio o un espíritu superior. Pero al
idealizarlos consiguen unirse a ellos suplantando su personalidad. Y este
fenómeno del otro como sí mismo es o expresa la neurosis obsesiva de asimilarse
al padre en un ritual mágico que realizan con el endiosamiento de otro autor
que finalmente son ellos mismos. En este caso, la suplantación de la
personalidad de otro autor, la utilización y apropiación de sus ideas como
propias, no obedece más que a la neurosis obsesiva de liberarse del trauma de
la separación del padre en la más temprana edad, y la suplantación de la
personalidad y el tomar las ideas de otro como propias, obedece a la obsesión
de ser un autor famoso y de hacerle ver a su madre que con su obra él conquistó
un lugar destacado para la gloria de su padre. (Cfr. Gómez Rodríguez, Jorge
Luis ¨Nietzsche parásito de Emerson. La
extraña simbiosis conceptual entre Nietzsche y Emerson¨. Editorial Brujas. Córdoba,
2014)
Como vemos, los tres
ejemplos de la conciencia traumática que hemos expuesto, pretenden hacernos
entender la complejidad de la creación artística, sobre todo por el lado de los
desordenes mentales que hace alusión el término Enthusiamós, forjado por Platón en relación a la esencia del arte.
Como ya dijimos, el término como tal solo habla de los dioses como causa de la
conciencia traumática, sin embargo, los tropiezos y accidentes de la conciencia
no parecen ser otra cosa que el destino traumático que el dios eligió para los
artistas.
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