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domingo, 2 de enero de 2011

Alicia en el país del olvido


Alicia tapa con su dedo el hueco del embudo por donde debía pasar el agua. Ella parece advertir la paradoja de una acción inocente, de un olvido que impide el flujo del líquido hacia su total volubilidad.
Antes de escuchar al Conejo que la increpaba, pensó:
“Los sentidos olvidan la diversidad del mundo igual como lo hacen los inocentes dedos de esta niña, omitiendo toda la centelleante diversidad de la realidad. La mayor riqueza y la mayor pobreza que esconde el acto de poner el dedo en el orificio del embudo, es su poder de usurpar a la realidad su fluir infinito mediante la concentración o focalización en un individuo, en una parte, en un retazo de esta realidad. En esta torpe e inocente omisión, en este acto aparentemente sin sentido, experimento lo que es la sensibilidad y la verdadera experiencia de los sentidos”.
A un costado de Alicia yacía el Conejo que la empuja y la empujaba mientras Alicia reflexionaba.
Después de mucho rato, el Conejo dijo:
“Si pongo un grupo de guijarros unidos férreamente hasta formar juntos un dique, intento detener el flujo incesante del agua del río. Pero pronto, todos y cada uno de los guijarros caerán desperdigados como palomas en el fondo silencioso del río, cual prueba irrefutable de su patética pobreza para detenerlo, para apresarlo en el consuelo de la definitiva permanencia”
Sin prestarle la más mínima atención al Conejo, Alicia seguía pensando en el acertijo del embudo:
“En este inocente acto de tapar con mi dedo el orificio del embudo veo que la sensibilidad omite el fluir diversificante de las cosas pues con mi dedo separo y detengo, simplifico y olvido la diversidad del género en la escasa singularidad de esta cosa, de este inocente dedo que corta y elimina, que quita y omite, que despedaza y agrede”.
Restregándose los ojos, finalmente Alicia le dijo el Conejo:
“Los sentidos son los orificios por donde circulan todas las cosas. Cada cosa ocupa un orificio, cada poro acepta o rechaza la forma del visitante”.
Sin melancolía alguna y sin aburrimiento mayor, sin nada que lamentar de ningún pasado y de ninguna historia, en el cinismo más extremo, Alicia veía poros y más poros exigiendo una forma, la presencia y ausencia del género y la especie, del singular y el universal, cambio inoportuno y seguridad tímidamente restablecida, signo y cosa en la oscilación del vacío, en la sinfonía melancólica de lo inefable. Alicia veía manifestarse en la paradoja del embudo, la incompletitud de los sentidos, una plenitud que omite el gozo total, pues ella veía que en el dintel circular de los poros sensibles se abría y cerraba al mismo tiempo, la diversidad del todo con la presencia singular, con la extrema pobreza de aquello que le parecía más el signo del egoísmo, de la separación y el olvido, como si una voluntad quisiera sorprenderla con trozos iluminados que una vez que la regocijaban con su riqueza destellante, pronto la descubrirían con su menesterosidad de partes, como si fueran rayos de un sol que se oculta tras una íntima luz inicial. 
Luego de cansarse de estas reflexiones Alicia entró a la casa del Conejo y abrió un gran libro que decía:
“Poros es la riqueza, pero Penía es el olvido, la menesterosidad infinita. Poros es el ingreso y el flujo absorbente, Penía la insatisfacción de no tener nada, la insatisfacción de una entrega insinuada pero equivoca, epiléptica y siempre oblicua.” 
Cansada de este libro y muy contenta abrió un libro grande y azul que tenía un hermoso título en letras doradas: El libro tenía por título: "Sensibilidad y olvido".

Después de leer este título, pensó en la necesidad que tenía de estudiar en la biblioteca del Conejo todo lo que hubiera sobre el olvido.
"El olvido", decía con cierto aire de importancia, es la idea que esconde el acertijo del embudo. Sin temor abrió el libro y leyó en la primera página:
"La sombra es algo que existe en tus ojos o fuera de ellos? E1 color está fuera
de tus ojos o son tus ojos los que colorean a las cosas? Bastaría con pensar
que al ser igual a ti mismo, todo lo que te parece distinto: flores, humo, árboles y peces dependen de esa igualdad que tu llevas, pues sin ella sería imposible captar las diferencias? Cuando el poro del ojo y el efluvio del objeto se juntan y engendran mutuamente, cuando ellos
engendran la blancura o el calor, el frío o la noche, cuando el leve oscilar del efluvio sonoro se incrusta en el poro correspondiente y nace la sensación de oír el mar, salpicar las olas, escuchar el vaivén interminable de los  pastizales, allí se unen en el mayor estrépito ambos semicírculos

anhelantes, género y especie, agente y paciente. Poros y Penía, para darle al observador la ilusión de una continuidad que se auto engendra en el mutuo encuentro, para mostrarle a los vivientes que ellos viven por amar la diversidad anhelante que se les presenta por los poros de los ojos, de los
oídos, de los dedos, de la lengua, de las extremidades, de la piel; todos aquellos ductos anhelantes que configuran a primera vista, el juego infinito del placer y del dolor, del género y de la especie, todos ellos semicírculos vacíos de igualdad que buscan perfeccionarse en el consuelo del olvido
infinito".

Cuando el Conejo observó lo distraída que estaba Alicia empeñada en entender libro tras libro qué significaba para ella el acertijo del embudo, no vaciló en ponerse los anteojos para darse un aire de importancia y queriendo acordarse de memoria lo que él mismo había aprendido de sus libros sobre este tema, dijo en voz alta y con evidentes aires de sabiduría postiza:
“Llamo olvido a la omisión de aquello que estando frente a nosotros parece diluirse en la desaparición de lo obvio, en la apariencia de lo sobrevisto. Llamo omisión al poder del dedo de una niña que omite el ingreso de toda el agua por el orificio del embudo, a esa suspensión que hace  de la presencia, de lo  singular de este tronco o de esta nube, la ausencia de su igualdad o género, pues la omisión parte, cercena, despedaza, bifurca al todo en múltiples semicírculos anhelantes, pues las cosas cuando se muestran tal como son en destellante singularidad, mientras nos permiten enfocar sus singularidades, nos permiten compararlas con otras partes iguales o diferentes o con otras cosas iguales o diferentes. En el mismo momento que advierto la diversidad o singularidad de esta cosa, me admiro de su correspondencia con algún género de cosas, es decir, más que ver, oír y tocar esta cosa, veo, oigo y toco la omisión de ella en la universalidad de todas las cosas. La omisión y el olvido son como la señora del cuento que  corta y corta zanahorias en semicírculos regocijándose de que la zanahoria mortalmente multiplicada en inútiles tajadas, siempre vive anhelante de su unidad perdida. Como el dedo inocente de la niña que tapa el embudo y frena el flujo del líquido  así cada cosa, cada rama, cada ojo, cada hombro, cada nave y cada pelo se separan para integrarse y se integran para separarse pues la omisión separa e integra, integra y separa. Sin embargo, la cosa en sí misma no vale nada. Ella solo cobra sentido cuando se integra al todo, cuando se entremezcla en la comparación con otras cosas en su igualdad y en su diferencia.  Figúrate dos reinos, le dijo sabiondo el Conejo a Alicia pensativa, figúrate  uno que vive olvidando y otro que vive luchando contra el olvido. El primero es todo negación del pasado, todo desprendimiento, sin historia, ajeno a
aquello que le diera consistencia, regulación, estructura;  todo allí sucede  por primera vez, en la inocencia más extrema; todo es presente eterno pues nada queda registrado, sin experiencia, infinito placer que no le teme al
devenir pues jamás es consumido por el tiempo, inconexo, encantador y eternamente nuevo como lo es el mundo de los sueños. Por el contrario, el otro reino ama la seguridad de la historia y la
experiencia pues no sufre por el paso del tiempo o no intenta adentrarse en el sufrimiento del devenir, ya que con suficiente astucia no tropieza una y  otra vez con el mismo obstáculo; sabe con la seguridad de la ciencia que controla las regularidades que ella misma ha creado para descansar con esa astucia que solo ella conoce como antídoto contra el olvido. El primer reino es el reino de los sueños y el mundo de los muertos. El segundo reino es como el nuestro.
Al terminar de decir esto el Conejo se mostró un poco lúgubre y taciturno. Alicia que no se cansaba de comparar su cara con todas las caras de los Conejos que conocía, le dijo temerosa:
"Hay amigo Conejo, por qué este juego de los acertijos me da tanto miedo? Cuéntame, cuéntame por qué el olvido acosa a los muertos, no vaya a ser que por el puro miedo no aprenda a distinguir ambos reinos!!
El olvido acosa a los muertos, repitió el Conejo con su aire de falsa modestia. Al no poder evitar este tormento con la centellante y astuta diversidad que nos ofrece las fiesta de los sentidos, reparten su infortunio, pobrecitos, entre suspiro y suspiro como si mediante ellos pudieran deshacerse de este su eterno tormento. Como ves, vivir olvidando no solo es asunto de los hombres, pues ellos siempre luchan contra el olvido mediante el saber ilusorio que forjaron como la araña que teje su frágil telaraña para poder vivir, así de este modo pretenden eliminar a duras penas la eterna fugacidad de las cosas. Los hombres aman la vida por el placer que obtienen de sus poros, pues ellos les enseñan la sinfonía del olvido como testimonio infinito del entremezclarse de todo con todo, contando, por este motivo con un recurso mayor del que cuentan las pobres almas, pues ellas sin el vigor ni la fortaleza que antes obtenían de los flexibles miembros, ya no pueden con la astucia y el engaño que les proporcionan sus poros eludir al olvido que las atormenta.
¿Puedes entender el sin sentido que hay en todo esto? Por una parte las almas añoran la vida por que añoran el flujo infinito que les reportan los sentidos. Por otro lado, y estando privados de ellos, suspiran como si mediante los suspiros pudiesen absorber un sorbo de la vida que carecen, ya que estando privados de la vida de los poros, añoran el placer que la omisión de ellos les reportaban.
A mí me da la impresión, le dijo a Alicia finalmente el sabio Conejo, que los hombres gozan del engaño como gozan del cuento y de los acertijos, pues mediante la astucia con la que pretenden luchar contra el olvido, la que no es más que una gran artimaña para vencerlo sin siquiera obtener de él una pertinente sabiduría, no les queda otra cosa que buscar consuelo en la estrategia del engaño para imitar y fingir y, de este modo, prolongar lo más que puedan la amada sobrevivencia.


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